lunes, febrero 25, 2008

Yo

Aún no he muerto.

Humo y gritos alrededor.

Una puerta una camisa, bienestar y una sonrisa, a cuadros que no entiendo. La sonrisa.

¿La camisa? Dime que no es eso lo que veo. Y si es que vuelo, no me cuentes en la lista de los desamparados. Yo sólo quería sentir, yo sólo quería probar.

De repente un día como cualquiera, sea en verdad un día cualquiera. Hasta ese momento

aún no he muerto. Joc.

Luces del Semáforo.

Hace un par de noches fui a un concierto en Gó-ti-ca, el lugar del momento, a donde no entras si llevas puestas tus tabas de pichanga o, de repente, el fiel polo blanco de la liga contra el cáncer. Bajo las escaleras para descubrir que Gótica tiene una especie de lounge-bar al costadito de la discoteca. Chévere, pienso, y con mis dos patas camino sin rumbo, como quien dice, a ver cómo es la huevada. ARMY-MEN, el men del Ejército (la avenida, no es soldado), se acerca a la barra, ingénuo, como si fuera a comprarse un trago. Todos sabemos que nunca iba a suceder, pero existía esa pequeña y tan obviamente falsa esperanza de infante que nos decía puta cholo fácil es 2x1, ladies night, happy hour, tu qué chucha sabes, ¿no? Siempre esta esa posibilidad. No sucedió. Sigamos.
Para hacerla corta, salimos, miramos, chequeamos, nos reímos, volvimos a entrar y puta madre, ya van a empezar a tocar, la gente se empuja y siento mi espacio personal completamente violado por un huevoncito que al parecer estaba completamente en contra del desodorante, la colonia, el aseo personal, el agua y la buena presencia en general. Mueven los muebles del lounge-bar (puta qué sofisticado) para hacer espacio. Me cuelo por un costadito y estoy bien colocado. Una amiga está al frente mío y al parecer no confía en mis buenas intenciones de protegerla contra todo villano, fácil porque al ofrecerle mis servicios prácticamente le estaba chupando la oreja, uno nunca sabe. Yo me considero todo un caballero. Esperamos como mierda. Nadie sale al escenario. Entonces, pienso, hay un tiempo de reflexión. No muchos se dan cuenta y todos parecen aburridos y acalorados (calor de mierda). Miro alrededor y le dedico mi atención y breve razonamiento a la primera imágen que me cruzo: una botella gigante de Bailey's pintada en una pared entera. La mierda, digo en voz alta. Esto es, ni más ni menos, el ícono máximo del culto al trago. Esa botella gigante es un ídolo, un superior, al que le bailas, por el que bailas, el que te brinda gozo y diversión, placer interminable, mujeres deshinibidas y liberadas (fáciles), qué se yo. Definitivamente, el trago es la cagada y me resulta muy interesante reflexionar sobre el culto que atrae. Seriedad total. Termina mi trance y pienso mierda a qué hora van a salir estos huevones. Hoy toca: La Mente. Aparecen WOOO YEAHH OUCH.
POOF terminó el concierto. Salté, golpeé (me golpearon), canté, grité, lloré (no), toda la nota. Muy genial, muy divertido. Estoy completamente empapado en sudor y probablemente en el sudor de otros. Había este gordo que puta, es otra historia. Camino y llego con ARMY-MEN a Vivanda. Son las 3 am, hora perfecta para esperar en la puerta hasta que salga alguna anciana y robarle su comida. JAAJJAJA no mentira. En busca de hidratación, ARMY-MEN se compra dos litros y medio de agua. Yo, una pecsi sin pizza (asi es el chiste, ¿no?). Descansando y tomando en las escaleras de la entrada, sale caminando un chibolo con una gaseosa. El conche decide abrirla en las escaleras, y decide chorrearla. Casi me cae. Le digo, ¡Puta! Casi ah. Lo primero que hizo el patín este fue disculparse y pensar en voz alta que debería también disculparse con los que limpian. Mierda, ¿loco no? Quién piensa eso. Se sienta a mi lado. Me pide si le puedo abrir su gaseosa. A ver. No puedo, está media atascada (y por eso se chorreo). ¿ARMY-MEN? Listo. Hay un par de recontraidiotas al otro lado de la escalera, comiendo rollos y hablando mariconadas (al menos es lo que presumo). El niño choche les pide un poco de rollo, no le dan. No digo que sean malos, tampoco mostraron su generosidad, pero qué se les puede decir: probablemente yo tampoco le hubiera invitado ni mierda de mi rollo a un chibolo de la calle. ¿Por qué? Aunque suene feo, uno piensa: ¿Dónde chucha habrá estado esa boca? Yo te digo, no creo que un chibolo de la calle coma caca. No va a ser muy diferente que cuando le invitabas gaseosa a tu causa del colegio después del recreo, va a ser igual de limpio o sucio. Pero es lo que uno piensa. En fin, viendo al chochera este paradito al costado, se notaba que se cagaba de hambre. ARMY-MEN lo llama (de una manera muy 'ven que te voy a violar' a mi parecer) y conversamos un rato. ¿Dónde vives? Le pregunto. No me dice ni mierda. Estos chibolos a veces están cagados en la cabeza, por un sinfín de huevadas, tú qué sabes, en esta país hay de todo. Vienen medios locuaces. Medios loquibambia. Mientras yo cuido los dos litros y medio de agua de ARMY-MEN, él se va con el choche a comprarle algo de comer. Regresan después de un rato con un par de empanadas. Mientras nuestro nuevo causa las va devorando a velocidad significativa, voltea y me dice: ¡Este si es un almuerzo miraflorino! Son las 4 am. Puta madre. Quién dice eso. A nuestro amigo le quedan un par de horas en la calle, hasta que pase un micro que lo lleve a su casa. Yo sigo sentado en las escaleras de la entrada de vivanda, viendo como cambian las luces del semáforo, pensando en la gente que siempre se encuentra, al frente del camino nunca recorrido, una luz roja que no la deja avanzar. Joc.

Martes de Gótica

Yo no sé qué pasa con el mundo algunas veces que sin querer me encuentro frente a situaciones de lo más extrañas. Extrañas para mí, por lo menos. Lugares y momentos de los más cotidianos para unos cuantos, mezclados con algo de mi excentricidad y locura general, se vuelven, bueno, lo que escribo. Hoy: Gó-ti-ca. ÉL lugar donde uno quiere estar, todos los martes del verano.
Digamos que un día estás en tu casa y, luego de un par de llamadas, tu plan para la noche es ir a gótica. Es martes y va a ir un culo de gente. Le pides a tus viejos algo de plata, te dan veinte lucas y entonces ya sabes que te vas a regresar caminando. Entonces te arreglas pues, no tanto porque no eres cabro, nada de cremas ni huevadas, pero te has bañado y hueles rico. Una camisita, unas buenas tabas y listo. Te miras al espejo y piensas: Esta noche, yo soy. Osea, el men. Sales a la calle, te compras cigarros (con el cambio que te quedaba de la noche anterior), llegas a Larcomar, te encuentras con tus patas, todo chévere. Si tienes suerte, saludas a un par de amigas mientras haces cola para entrar a Gótica. No te piden DNI porque los martes son para chibolos y entras al ambiente cuidando como caminas, a quién miras, dónde te paras. Vas al baño, te mojas la cara, te miras al espejo y piensas: Ya sabes causa (hablándote a ti mismo en tercera persona, más huachafo), esta noche, somos. Sigues siendo el men. Sales a la terraza, prendes un cigarro, empiezas a chequear a la gente y sin darte cuenta el lugar esta que revienta y todos se están divirtiendo. Te acercas a la barra y dices conchasumare la chela cuesta cinco soles. Cinco soles por una cagadita de cerveza, barena encima. Sin embargo, miras al costado y un patita con pinta de pendejo mueve el hielo de su cuba libre. ¿Cuánto cuesta? Doce soles. Conchasumare.
Ya la cosa no pinta tan bien como antes y te sientes medio fuera de lugar. No sabes dónde están tus amigas y te preguntas de dónde chucha sale tanta flaca que parece de porcelana. Piensas qué rico mientras pecas todo lo puedes con la mirada. Tus patas están en ni mierda, igualitos a ti, sin nada que hacer. Sin vela en el entierro, sin gorrito de fiesta, sin pan con jamonada, con el negocio quebrado, todos rótandose un puchito hasta que se queman los dedos. Buscas en tu bolsillo tu cajetilla de Lucky pero está vacía. Cómo no se te van a acabar los puchos si en la cola te pusiste compulsivo. La cagaste, pues. Sin cigarros, aburrido. Sin amigas que andan bailando por ahí con huevones que si saben cómo es la jugada en Gótica, aburrido. Tú, broer, no estás para esto. No sigues el ritmo, no estás en la corriente. Estás cagado. Vas de arriba a abajo, caminando como si de verdad tuvieras a dónde ir, pasa una flaca, babeas un rato, alguien dice algo, te cagas de risa, pero no te dura. No lo suficiente para olvidarte de las veinte lucas que ya soltaste para entrar a gótica y aburrirte. Entonces, te arrepientes. Te arremete el deseo de retroceder el tiempo. Ni cagando, te dices a ti mismo, quieres bailar. Agarras a tu causa y le dices: Vao a tonear, pes. Ahora estás dándole vueltas a la pista de baile, emocionado, de cacería, buscando al par de flacas que te van a armar la noche. Miras por todos lados, como si en verdad tuvieras derecho a escojer. Estás huevón, pues. ¿Tú en verdad crees que tienes la situación controlada y que llevas el juego a tu propio paso? Nada que ver, causa, ya te ganaron hace rato. Y lo peor de todo es que te das cuenta, pues, tu ya lo sabes. Pero sigues dando vueltas, aunque ya te hayas rendido, como quien quiere hacer algo pero sabe que no va a hacer ni mierda. Empiezan las excusas, Oe, ¿Éstas dos? Habla. No broer, están hasta el culo. ¿Y esas? Ya, ya, vao, puta no, mira, acaban de cagar a esos dos huevones. ¿Esas? Tas loco, broer, de hecho son botadazas. No la hago. Te rendiste, pues. No era lo tuyo, Gótica se llevo tu plata y tu moral. Hasta tu autoestima, de repente. Ya te has ido dando cuenta que por lo menos hay treinta patas por los que una flaca va a voltear a mirar antes de verte a ti. Conchasumare, maldice a tus viejos por combinarse tan mal pues. No eres tan feo, tampoco. Ni cagando, aunque la dudas. Entonces recuerdas lo que te dije, que a una chica no se le entra sólo por los ojos, sino también por los oídos. No puedes irte sin bailar, ahí si te caes a pedazos, carajo, por algo es discoteca. Ves a la primera conocida en la pista de baile y, pensándolo dos veces, PAN mierda estás bailando. Ahora, ¿Tú bailas? Sabes un par de vueltitas, el ocho, sigues bien el ritmo y por lo menos no eres ese huevón a tu lado que parece estar convulsionando. Vas ganando confianza cuando au mierda, puta madre, la pisaste. Das una vuelta y oe carajo, codazo al del costado. No sabes qué hacer y las cosas están un poco tensas pero haces un par de bromas, te ríes de todo como si no te importara. Como si toda la nota de salir a bailar y esas huevadas no fueran lo tuyo. La flaca sonríe y esta todo bien. Te recuperas un poco, usas tu intelecto, racionalizas, aunque no bailas ni mierda, tienes buen floro. Igual, ya no tienes nada que hacer por esta noche. Esta noche, fue un viaje a otro mundo. No estabas preparado, y seriamente, no te debería importar. Esa huevada, no es real, salvo que la hagas linda. Entonces, si estás cagado, eso es lo que te tienes que decir: No es real. Te quitas temprano, caminas a tu jato, recuerdas (o inventas) lo rescatable de la noche y te olvidas de tus veinte lucas. Fin.
Lo que pasa con Gótica es que puta, no es lugar donde uno se pueda sentir bienvenido asi nomás. Es un ambiente agresivo, vanal, psicodélico de manera atorrante-colorida y, sobretodo, de lo más superficial. Por lo menos desde donde yo lo veo, y eso que no me gusta mirarlo mucho. Si no encajas, no la haces. Tienes dos opciones: o te adaptas al ambiente y tratas de ser como los bacancitos que viste la otra noche, o adaptas el ambiente a la cagada que eres. Simplemente te metes por ahí, siendo un intruso desatinado, por lo menos no pasas desapercibido. Lo peor es que le seas indiferente a Gótica. Si un par te dicen aj, otro par dirán ala mierda qué cague de risa ese huevón. Tienes que ser tú mismo y dejar que eso hable por ti. Confianza, de eso se trata. Ahora veamos, no todos somos perfectos. Por eso, si no te resulta fácil seguir mi consejo, sugiero lo siguiente: Anda borracho. Es probablemente lo mejor que uno puede hacer. Diversión y risa asegurada, desbordante confianza y floro como mierda. Cuando vayas al baño y te mires al espejo, vas a estar un poco más feo que siempre, pero vas a decir: Puta causa, qué pepa soy. A la hora de bailar, vas a ser el primero. Te van a cagar, pero no te va a importar, y de una manera u otra, la vas a terminar haciendo y entonces cuidado todos con el rey de la salsa. Con tal que sepas medirte (osea, no te desmayes), la vas a terminar pasando de puta madre. Sin embargo, tengo que decirlo, el mejor plan para cualquier martes es y siempre será: Ir al cine y chupar en el parque. Que la verdad sea dicha: Si no la haces linda, ¿Para qué ir a Gótica? Yo te digo, vale más el cine 2x1. Joc.

Rumbo Aventura

Odio los días que anteceden a fiestas y feriados. Odio la tensión que se crea alrededor de estas fechas en las que todos tienen que tener un plan. Un buen plan, que te haga pasar una buena fiesta. Año nuevo no fue diferente. Después de navidad queda un vacío de cuatro o cinco días en los que 'armas' tu tono de año nuevo. Desde ver cómo pagar un precio exageradísimo para entrar a una fiesta cheverengue hasta comprarte sandalias que combinen con tu ropa de baño rip-silver, pasando por ver en qué playa te vas a quedar (si es que te vas a la playa, que en Lima es lo más común), dónde vas a dormir, cuánta plata te van a dar para que no tengas que comer pan con atún todos los días, etc. Todo es preocupación, estrés. Todo es preparación, coordinación y nada, nada divertido. Dos días antes de año nuevo, mi plan seguía siendo el mismo de cualquier fin de semana, o cualquier día en general ya que estoy en vacaciones: reunir a un par de olvidados y chupar. Juntar a los que sobren y burlar la regla que dice que todos tienen que hacer algo especial en un día de fiesta. Poco o nada me importa cambiar de 2007 a 2008 la fecha que escribo en mis cuadernos Loro de matemática o lo que sea (no es que los tenga, pero doy por hecho que probablemente termine con algún cuaderno de ese tipo más adelante en el año), así que la celebración ésta me tiene sin cuidado. Sin embargo, un par de amigos me llamaron y bueno, para no hacerla larga, conseguí sin querer un plan de año nuevo. ¡Yeee! En fin, terminamos pasándola bastante bien en un club llamado 'Aventura' (bastante pretencioso el nombre, y muy fuera de lo que en verdad representa el lugar en sí), conocido por ser un ambiente en donde la idea es pasarla bien sanamente y respetar las buenas costumbres. Como podrían imaginar y peor aún si me conocen, hay bastante que contar. No quiero hacer de éstos párrafos un relato común y corriente, ya que resultaría bastante aburrido, pero me pareció pertinente resaltar algunas tonterías de este sorpresivo y muy extraño viaje.
Antes que nada, tengo un par de cosas que decir sobre cada uno de los peculiares personajes que tomaron parte y en momentos catalizaron ciertas situaciones (haciéndolas dignas de ser escritas) gracias a su completa locura y excentricidad.
El Chino - En general fue el que hizo todo posible, planeando y coordinando hasta el momento de partida. Tenía billete como mierda para esta ocasión, característica mencionable y definitivamente muy de puta madre si se compara con el estado calamitoso de pobreza en el que nos encontrábamos los demás. Vive enamorado y a la vez brutalmente traicionado y acuchillado por los ambiguos y siempre hijos de puta ángeles y demonios del amor. Tiene una extraño llamado del trago a morir temprano.
La Rata - Parásito succiona sangre, vil delincuente, estafador, ocasional proxeneta de barrio adinerado y sobretodo muy buena punta para el viaje. Tiene una pinta que mezcla el rock n roll playero con el drogo más buena gente de la cuadra- o del barrio entero. Considera de buen gusto dejarse el atrevido 'bigote chifero'.
ARMY-MEN - Es negro y se unió a la patrulla al último minuto. Si se dice que ese gordito maricón llamado Cupido te tira una flecha y te enamoras, ARMY-MEN fue ametrallado sin piedad, asaltado y en repetidas oportunidades escupido y pateado-en-el-piso por un matón gigante trabajando para el mismo propósito, OUUU NENA el amor. También hace buena música en diversos grupos y es de personalidad obsesiva, paranoica y en algunos casos de locura extremoviolenta y psicópata. Cuidado al atraparlo, señoritas, es una invaluable presa.
Juana la Banana - Es hombre y a causa de incontables, terribles traumas de niñez fue convertido en un alcohólico sin remedio. Muy buena persona y amigo en general aunque también es bastante idiota. Desciende directamente de una familia real de los Incas en tiempos de la colonia y gracias al entrenamiento ancestral (de parte de sus abuelos) domina la técnica de batalla conocida como 'tirar piedra y correr' y el 'chupar como cosaco'. Actualmente, se encuentra en una relación de tipo amistad-amorosa sin beneficios o amor de hermanos sin ser hermanos, lo cual no tiene sentido y probablemente no pensaría dos veces antes de levantarme a su no-enamorada.
Para cada uno de los eventos relatados a continuación, es de suma importancia imaginar a las personas descritas párrafos atrás participando y aportando al caos y total desenfreno. Se que poco o nada las voy a mencionar textualmente ya que muchas veces se apodera de mí un egoísmo egocéntrico perturbante, en especial cuando escribo. De todas maneras, al tener una idea de cómo son estos personajes, pintan divertida y psicodélicamente toda la historia.
Llegamos hasta el club en taxi. 88 km en taxi. 120 soles mas peajes. En mi sofisticado grupo de amigos, pensamos que la comodidad viene antes que unos cuantos soles de más. Claro que luego terminamos economizando hasta la muerte, pero recién empezaba la travesía y nos sentíamos felices y llenos de alegría y optimismo. Hasta yo expresé mi satisfacción por tener un plan de año nuevo. Con esto creo que es bastante seguro afirmar que en ese momento el ambiente era de arcoiris y sol-con-sonrisa en cuanto a felicidad.
A mitad de camino se malogró el taxi. Empezó a salir humo como mierda del motor así que salimos corriendo. No tengo idea cómo me pasan huevadas de este tipo pero el destino quiso que nos detuvieramos en el lugar más sucio y completamente hecho cagada de toda la carretera. Estando en la panamericana sur, se espera tener arena o por lo menos tierra al lado de la pista. Al pararse el carro, ¿Qué encontramos al lado? Basura que olía a cadáver de anciano muerto luego de ser atacado por zombies y pescado, y aletas de sirena tiradas entre la tierra. Ok, no eran aletas de sirena, pero durante todo el viaje fueron llamadas así. Hay una foto en Facebook, creo. Aj, Facebook. En fin la cosa es que mientras el chofer intentaba arreglar su motor con gebe, plantas muertas y algún tipo de fruta redonda podrida, toda la alegría y buena voluntad de la tripulación caía en picada. Estábamos naufragando entre arena y basura mientras gente bacancita pasaba en sus carros con tablas de surf y demás accesorios que dicen mi-vida-es-extrema riéndose de nosotros, cuando de pronto aparecío en el camino el genialísimo aunque mete rata AUXILIO MECÁNICO ALTOQUE. Un carro hecho mierda que se cuadró delante del taxi y del que bajó un gordo sucio que parecía tenía el oberol pegado a su cuerpo con brea que dijo: ¿Algún problema? Soy mecánico. Todos pensamos que nos iba a violar/matar y justo cuando ya estaba listo para empezar a gritar como una niña que encuentra una cola de rata en su hamburguesa mientras Ronald McDonald le baila calato encima de la mesa y su amigo la caca morada le lame los pies de manera lujuriosa- con pana y elegancia, el problema del motor se arregló y todo listo vao a la playa. Vao.
Al llegar al sitio nos encontramos con una muralla de piedra que exclama lo bonito y privado que es el lugar. Para qué decir más, es un club ficho para gente que puede comprarse una casa rodante. ¿Dónde mierda venden casas rodantes? ¿Quién las hace? Hablando seriamente, no son de este mundo. Vienen de las películas y definitivamente no combinan con el Perú. Para esto, el papá de mi querida amiga y latente amor en secreto Joaquina tuvo la amabilidad de jalarnos en su carro desde la carretera e invitarnos al club para que pudieramos entrar. Es un tío muy de puta madre con estilo que probablemente será mencionado más adelante. Sacamos nuestras cosas y, caminando hacia la playa, observo todo tras mis lentes Ray Ban y me siento muy rock n roll. Llegamos a nuestro sitio de carpa y dejamos todo tirado. Tengo hambre, y me aburro un poco. Esta chica, Joaquina, es muy divertida. Cada vez que la veo, imagino que es una princesa de juguete y se va a ir volando en un unicornio de hule, rosado o turqueza. Me hace reír y, sin poder negar su belleza poco ordinaria, también resulta un delicioso dulce para los ojos. Tengo hambre.
Estos mozos del restaurante del club, AHHHRRG, sin pensarlo dos veces, un tiro en la cabeza a cada uno, por usar camisas hawaianas hasta el culo y por pasarnos de largo como si fuéramos leprosos moribundos o zombies contagiosos. Han atendido a todas las mesas antes que a nosotros, y si después de media hora vino uno a la nuestra, fue de mala gana y sólo porque prácticamente hemos hasta reventado cuetes llamándolo. Dos horas después, llega la comida. Cuatro menús para niños y un cebiche porque el Chino tiene plata. El Club Aventura empieza tratándonos mal. Ni siquiera mal, sino indiferente a nuestra presencia. Me sentí relativamente violado mientras caminaba de regreso a la carpa, a que empieze la juerga. Vodka, jugo de granadina y Cifrut. Un par de vasos y me siento lleno de arena, meloso y algo avergonzado al ver que son las tres de la tarde y ya estoy tomando. Alrededor nuestro, las demás carpas disfrutan de almuerzos familiares en la playa y conversaciones trivialruidosas. Buen ambiente para la crianza de niños, y yo nunca tuve eso. Miento, claro que lo tuve, mi familia me quiere. Supongo que algunos simplemente salimos torcidos desde el útero. Mira tu.
En los círculos donde ando y entre casi todos los sabios y mentores que me han hecho crecer como persona esta dicho que, cuando alguien irrumpe en una conversación para decir algo sobre mierdas esotéricas, el destino, las cartas y los signos zodiacales es momento de sacar un bate y golpear a la persona en cuestión hasta que muera, por el bien de la humanidad, o en todo caso, de manera menos dramática, tirarle cerveza en la cara y continuar la conversación en otro lugar. Fue curioso, entonces, que Sofía, amiga mía y de Joaquina, apareciera en nuestra carpa una noche a jugar a las cartas del Tarot. Tratando de evitar el sarcasmo contínuo y la burla que me nacía de todas partes, me entretuve viendo los dibujitos de las cartas. Son de puta madre.
Hicimos una fogata cerca a la playa y nos pasamos un buen rato tratando que prendiera con la ayuda de papel periódico y pan Bimbo que olía a tostada, sólo que de una manera nociva. A mi me gustan las tostadas, pero esas eran otra nota, definivitivamente nada que se pueda comer sin destruirte el organismo. Voy a la carpa un rato a sacar no se qué y de regreso me quedé viendo cómo un par de chibolos jugaban a sacarse la entreputa con sables láser de Star Wars. Recuerdo que yo también me divertía jugando a las espádas, aunque casi siempre solo, matando bichos imaginarios y agitando al viento un palo de escoba en vez de un sable láser. Cómo cambian los tiempos. Esa noche, no tomamos nada. Me alegro, porque dormimos hasta la mierda y desperté completamente descompuesto. No creo que hubiera podido sobrevivir una resaca, y de morir, hubiera quedado como un pavo-sonso. ¿Quién se muere un 31 de diciembre? Yo no.
Es 31 entonces y la paso relajado en la playa. No me pongo bloqueador ni nada de esas huevadas porque soy hombre y los hombres no están para esas cosas. Me quemo como la puta madre y me duele un poco. Un poco. Hay un momento en la tarde, mientras el sol cae, que todo entra en una atmósfera rojiza y bastante psicodélica a mis ojos, pero dura unos diez o quince minutos nomás. Salimos del club a comprar leña y provisiones. Terminamos comprando más trago, nada de comida y cuatro bebidas energéticas Vortex (red bull peruano) que estaban de oferta y venían con un condón de regalo. Bah, como si lo fuera a necesitar. Bueno fuera. Regreso al club bastante activado, con ganas de torcer mi buen juicio y sentidos al ritmo del alcohol. Ya todo está oscuro y el camino se torna tétrico y lleno de sombras. Empezamos a hablar de vampiros y zombies y fantasmas y discutir sobre por qué los zombies caminan como idiotas en vez de correr, con excepciones en algunas películas.
Ya avanzada la noche, cerca a las doce y sentados tomando alrededor de la fogata frente a la carpa, se aparece un tío mala-gracia y nos recuerda las buenas costumbre a la vez que nos pide por favor no quemar su carpa, que estaba al frente de la nuestra. Seguimos tomando. Joaquina, Sofía y una nueva pero bienvenida nena, Susana, deciden quitarse a la fiesta del Club, muy formal y con mesas y copas y todo eso. Empiezo a decir 'nena' cuando ya me encuentro algo movido por el trago. Nena. Ah, verdad, antes en la mañana llegó Juana la Banana, mucho más guerrero que cualquiera de nosotros (vino en micro y tuvo que caminar dos kilómetros y medio de regreso porque el tarado decidió bajarse dos kilómetros y medio más adelante en la carretera, nadie sabe por qué) y también fue bienvenido.
Dan las doce. Año nuevo. 2008. WOO yeah y todo eso. Champán. Fuegos artificiales. Salud de nuevo. Se acabó la botella.
El trago se acaba a las dos de la mañana, el Chino había muerto media hora antes, previo escándalo y show digno de cualquier buen borracho. La fogata ya poco quedaba y la situación parecía no tener solución. ARMY-MEN se fue a la orilla a reflexionar sobre su existencia, existencialmente hablando. Eventualmente regresa y por hora y media pasan cosas que deben haber sido aburridas ya que no me acuerdo de nada. Ah, verdad, Juana la Banana perdió la esperanza y se fue a dormir. Sin comentarios sobre eso.
Parados frente a la entrada de la fiesta del Club, la Rata, ARMY-MEN y yo analizamos cómo colarnos. Vemos de lejos a las nenas bailando con puros taraditos hasta las huevas bien vestidos y perfumados. ARMY-MEN no se había cambiado desde que llegamos. Eso basta para explicar el contraste entre las dos partes. Nosotros éramos los 'malos' del lugar, mismo forajidos del desierto que comen piedras versus vaqueros con serias tendencias homosexuales. Ser 'malo', en ese contexto, es bueno. Ok entonces éramos los buenos, pero igual teníamos que colarnos. Como en cualquier fiesta con toldo, la entrada para los mozos es el camino a seguir en cuanto a fechorías de todo tipo y colaciones. Entramos entonces y poco a poco nos mezclamos en el lugar. De todas maneras, por nuestra mala pinta (de nuevo, malo se torna bueno), era imposible no resaltar. Desplazamos a los taraditos, y que empieze el baile. Me divertí bastante bailando con Joaquina en especial, se mueve mirando como al cielo de una manera tan risueña que te hace pensar en peluches voladores y destellos inmaculados de limpieza y pulcritud perfecta digna de un mundo de hadas y demás cosillas alegres. Bailando conmigo, creo que balanceo un poco la situación hacia lo relativamente normal. Algo importante que no puedo dejar de mencionar es que Susana baila cumbia como la puta madre. Fue una sorpresa muy grata, o quizás estaba muy pasado de tragos, pero la vi muy bien.
Son las siete y algo de la mañana y estoy tomando aguadito mientras converso con el papá de Joaquina, conocido como don Vito para todo el viaje. Durante la noche se había portado con un Black Label que estaba a la mitad, y eso fue una gran muestra de lo muy de puta madre que es. Luego de andar bailando por todos lados, la patrulla se había dispersado. Sigo tomando el aguadito que sabía a resurreción y gentileza de una abuela combinadas cuando se sienta a mi lado la Rata con una botella de whisky, obviamente de otra mesa. Don Vito esta muy feliz por esto y se sirve un vaso mientras elogia el proceder de la Rata. Entonces, veo acercarse a un tío de camisa rosada (lo que me dice de por sí que es un idiota) y pienso... problemas.
Son extrañas las cosas que suceden cuando tomas un trago prestado de un adulto arrogante que lucha agonizando contra la tercera edad mientras su inevitable y sonora decadencia en cuanto a todo lo que él podría llamar 'su mundo' lo deja impotente y, por consecuencia, furioso. Reprende a la Rata intentando mantener la cordura y le da palmaditas en la espalda (aunque a causa de la insolación, le resultaron bastante dolorosas). Se va con su trago a su mesa para discutir con sus amigotes, probablemente sobre cómo la juventud ya no es la de antes y demás cosas relacionadas a las buenas costumbres. Miraba molésto hacia donde estábamos y yo no sabía cómo evitar cagarme de risa, casi me atoro con el aguadito. Don Vito sabe que el lío aún no termina y se ve obligado a intentar arreglar la situación de forma madura, como adultos. Las cosas se alteran cuando el tío arrogante comienza a lloriquear sobre cómo este 'robo' le ha malogrado toda la noche (aunque ya son las siete y media de la mañana) y que también lo hemos dejado mal frente a su esposa (qué carajo tiene que ver ella, no tengo idea). Don Vito se las arregla pero la Rata tiene que pedir disculpas y rendir su hombría ante el idiota agraviado. Le dicen que es un ladrón y que va a terminar vendiendo las joyas de su abuela para conseguir droga en el futuro. La Rata acepta todo de una manera de lo más homosexual pero evita mayores problemas. Lo entiendo, aunque si hubiera sido yo, le tiraba una silla en la cara, le guiñaba un ojo a su esposa y me iba corriendo con la botella de whisky. A veces me nace el Robin Hood, sólo que sin la malla verde ni el gorrito con la pluma ya que lo considero demasiado pretencioso.
A la mañana siguiente (dormí de ocho a nueve de la mañana) estoy hecho mierda. Agarramos nuestras cosas y don Vito nos jala a la carretera de nuevo. Caminamos al borde de la carretera un rato y me siento rock n roll una vez más. Un momento de tranquilidad para reflexionar sobre todo lo vivido en éstos días de fiesta y regocijo, siempre conscientes de que en cualquier momento podríamos morir atropellados ya que caminar de espalda a los carros tambaleantes y resaqueados el primero de enero no es muy buena idea. Eventualmente viajamos en combi hasta Mala y, acompañados por un nutrido y diverso ramillete de seres playeros que también venían de celebrar, regresamos a Lima en un bus de mierda hasta las huevas que, irónicamente y gracias al cansancio extremo, me resultó bastante cómodo. Terminamos por fin en el McDonalds de benavides, cerca a nuestro antiguo colegio, y es como si el tiempo no hubiera pasado. Comiendo mi hamburgesa McPollo Jr. con un vaso de agua regalado de mala gana, me pregunto: ¿Y ahora? Nada, sólo espero que con el tiempo tenga más historias como ésta para contar, de aquella vez que brindé a la inmortalidad de las buenas costumbres en el club Aventura.
Salud por los buenos tiempos, y gracias. Joc.