sábado, enero 17, 2009

Perversión

Hay risas, conversación enérgica, y mujeres activadas por los efectos del vodka, endulzado con jugo de granadina. Hay mujeres mareadas e indefensas. Todos fijan sus miras, cada uno apuntando a una presa distinta. No es una cacería, es una ejecución. Tú te apartas del grupo, y sólo quieres desmayarte. Piensas en su cuerpo semidesnudo, en sus besos que te dicen que te quiere adentro suyo, y sólo quieres desmayarte.

La noche sigue su curso y ya varios han cumplido su objetivo de la noche, un par en el baño, dos parejas en el camarote del cuarto de servicio. Tu cuarto sigue vacío. Estás solo en la terraza, prendes un cigarro y le das un largo trago al vaso de whisky que te acabas de servir. Un trago autodestructivo. Pones cara de que no te gusta.

Pero te gusta mucho. Vuela tu mente en la idea del placer autodestructivo. Y piensas en ella, en sus ojos, y en cómo se muerde los labios. Le das otro trago al vaso, te sientas en el piso. En la sala, siguen las risas, las botellas vacías y las mujeres mareadas. No te interesa. Igual de alguna manera sigues siendo parte del juego. Ahí, tirado en el piso, siendo dueño de casa, llamas la atención de una chica relativamente atractiva. Quizá proyectas una imagen misteriosa, un espectro oscuro. Se te acerca, tambaleándose. Prende un cigarro y te pregunta qué haces ahí. La miras, y le dices, - Esperándote.

En tu cuarto, la besas con odio. Todo su cuerpo es tuyo. La lames, y sabe a whisky con sudor. Carne. Un banquete autodestructivo. Le aprietas los senos, su respiración se hace más fuerte. Más agitada. Tomas sus manos, haces que levante los brazos. La dominas. Dejas de besarla por un momento y la miras con desprecio sutil. Luego le muerdes el labio inferior, y ella gime. El resto es perversión.

La chica de belleza relativa se ha ido, quedan tus sábanas desordenadas y húmedas, quedan tus sábanas sucias. Y sin saber bien por qué, lloras. Lloras un poco, y sientes que algo se come tus entrañas. Piensas en ella, no en la chica, sino en ella, piensas en sus ojos. En el movimiento de su pelo. Necesitas un trago. Necesitas evitar preguntarte muchas cosas. Afuera todavía hay bulla, probablemente varios de los muchachos celebran. Tú deberías celebrar. Pero has llorado. Son las cuatro de la mañana. ¿Dónde quedaron tus sentimientos, tu corazón? Necesitas un trago.

Sacudes la cabeza, pones la mente en blanco y sales de tu cuarto. Y te cagas de risa. Ya te odiarás al día siguiente, pero esta noche los muchachos esperan. Relatas el acto. Ha sido una buena noche para todos. Eso es lo que repites en tu cabeza. Ya te odiarás al día siguiente.

martes, enero 06, 2009

Si fuera a escribir

- Si fuera a escribir sobre estos días, probablemente sería solo acerca de ti. Todo lo demás parece tan insignificante. Si fuera a escribir sobre esta noche, repetiría tu nombre varias veces.

Ella no responde. La noche sigue su curso, hay risas, hay cabezas que se sacuden, hay dos botellas de pisco vacías y viene una más. El mar ruge, no muy lejos, y el latir de mi corazón se acomoda a su ritmo. ¿Qué decir? Ella parece extrañada, y de pronto siento que la conversación ha tomado un giro suicida. Miro mi vaso vacío, prendo un cigarro. Decido preguntarle si acaso he dicho algo malo.

¿He dicho algo malo? Por supuesto que si. Mis palabras teñidas de romance y alcohol no han sido bienvenidas, de eso estoy seguro. Sin embargo, aunque ella no responde, mueve la cabeza en signo de negación. Parece quedarse pensando un rato. ¿Qué tan confundida puede estar?

- No esperaba que me dijeras algo así, eso es todo.

Luego ella sonríe.

- Simplemente fue algo que se me ocurrió y lo dije, siempre he pensado que es mejor decir algo antes que luego mirar atrás y preguntarse qué hubiera pasado. Aunque puede que esta vez me haya equivocado, quizá sonó muy raro. Quizá he tomado mucho. En fin, este, ¿de qué conversábamos antes?

No dijimos nada y la bulla de los demás nos jaló de vuelta a la noche de tragos y risas. Yo estuve tranquilo y borracho hasta que todos empezaron a irse. Mientras me tambaleaba tratando de pararme de mi silla, ella tomó mi mano y me dio un beso. Un besito inocente en el cachete.

Si fuera a escribir sobre esos días, sólo pondría su nombre. Lo demás no tendría sentido, pues ni yo lo entiendo hasta ahora.