martes, octubre 23, 2007

De viernes a viernes que no recuerdo.

Voy trotando por calles nauseabundas y el universo me pertenece. Marginal me muevo a través de la noche, saliendo de alguna fiesta o reunión en donde estoy seguro me he divertido. Ni siquiera tengo tiempo de respirar, pero qué bien se siente. La adrenalina va dejando en mi cuerpo un placer intenso que saboreo con los labios. Esta sensación es lo único que me queda por experimentar, dejo en blanco la mente para que se apodere de mi cuerpo. La calle es infinita, es todo lo que existe hoy y ahora. Fuera del tiempo voy trotando sin saber bien por qué.

De pronto, dejándome llevar por esta sensación extrema, caigo de rodillas al piso mirando al cielo. Cierro los ojos lentamente y dibujo figuras en la oscuridad. Estrellas fugaces dan vueltas por todos lados y voy armando tus ojos con ellas. Ahora sólo queda tu mirada. Ahora puedo volver a pensar, ahora recuerdo. Sin embargo, todo sigue muy confuso. Tu mirada, fija en mi mente hasta ese momento, explota en puntitos de luz que se pierden en lo oscuro. Imágenes empiezan a volar una tras otra, fragmentos de lo vivido hace un rato, antes de escapar de todo, antes de empezar a correr, a trotar luego y finalmente caer de rodillas cerrando los ojos.

Con algo de miedo, me encuentro ahora mirando alrededor, regresando a la realidad pero volteando a todos lados como si hubiera viajado a un mundo desconocido. Todo es tan normal ahora, tan cotidiano que siento un vacío increíble. Prendo un cigarro y trato de ordenar las imágenes que recordé como en un rompecabezas. Intuyo que ya es de madrugada y debería ser entonces domingo. Todo lo que me llevó hasta este instante empezó el viernes en la noche.

Era un fin de semana como cualquiera y estaba buscando algo para hacer. Hago un par de llamadas y quedo con unos amigos para salir a tomar, como de costumbre, a un bar conocido de la ciudad. Recuerdo… no recuerdo ni mierda. Las imágenes vuelven a desordenarse. No tengo más cigarros. Me siento miserable y espero que una vez que me duerma, la resaca no me trate demasiado mal al día siguiente. Voy caminando por calles que pronto se terminarán, voy buscando un taxi que me lleve a mi casa. Entre mis bolsillos encuentro un papel con el número de alguna flaca. Al menos eso parece. Tengo algo de dinero y mis llaves.

Por fin aparece un taxi. Me subo y apoyo la cabeza contra la ventana. Si hago algún esfuerzo, probablemente llegue a recordar lo que hice el sábado durante el día, pero no me interesa. Las luces de afuera pasan volando una y otra vez a mi costado como últimamente se han ido pasando los fines de semana. Tengo la respiración entrecortada y unas ganas terribles de llorar. ¡Cómo me asfixia esta situación! Tanto tiempo perdido buscando una salida, algo que me haga sentir vivo de nuevo. Un fin de semana más que se me escapa y contribuye a mi desesperación. ¿Cómo soportar lo que me espera? No quiero volver.

Abro la puerta de mi casa algo mareado. Procuraré mantener la mente en blanco, dejar que pasen los días hasta el siguiente viernes. Y es que es así como estoy viviendo: de viernes a viernes. Viernes de los que poco entiendo, viernes sin sentido que me enredan, que me tientan y me engañan, viernes de los que no me acuerdo nada el domingo en la madrugada.

Quizás nada de esto tenga sentido, qué extraño me siento por dentro. Joc.