domingo, setiembre 24, 2006

El Men y la veintiuno.

El viernes siempre es el mejor día de la semana. A veces llego a un punto tan extremo en que vivo solo de viernes a viernes. Lo que pase en la semana no interesa, bang, nueve en mate, bang, el trabajo de Física, bang bang, examen de Historia. Soy inmune a las balas. Hoy es viernes y ésta será la primera crónica de mis viajes en micro.

Son aproximadamente las seis de la tarde y salgo caminando a la Benavides. Me paro al costado de un grifo y espero. Dos combis pasan volando y el viento me golpea con fuerza, me jala a la pista asesina. Pasan unos segundos y se acercan un par de luces, extiendo la mano y trepo ágil como pantera a la veintiuno. Paso tambaleándome por el pasillo agarrado de la baranda mientras la maquina de carrera abre su paso a través de la avenida. Miro alrededor, aun algo aturdido, y caigo en el primer asiento vacío que encuentro. Ahora estoy sentado justo atrás del cobrador, en el asiento mas cercano a la puerta (mi paso por el pasillo no fue tan largo, pues). Me saco la mochila y empiezo a observar. Busco marcas en las ventanas, algo en el parabrisas, trato de darle una chequeada al chofer. Nada interesante. Una calcomanía, en la puerta, “CUIDADO RATAS, con la uña.” ¿La uña?

Volteo los ojos hacia la ventana. La ciudad de noche, el mismo viaje de noche, me hace sentir rebelde, pobre y poderoso. Sigo demasiado rebelde y siento al cobrador que me dice que le pague, saco una moneda de cincuenta centavos, se la doy, me mira raro y sigue su camino. Tampoco le doy mucha importancia, pero era cuestión de tiempo para que me diera cuenta de quien era ese personaje tan extraño. Es cierto que todos los cobradores son una sarta de bichos raros hasta las huevas, pero este “joven” (así como dicen las abuelas) era diferente.

Aspecto sucio y desaliñado, gorrito rasta que se mezcla con unos rulos muertos y sucios, una capucha negra e igual de sucia, camisa morada, sucia y llena de manchas, pantalón desgastado y, bueno, sucio. Era alto y parecía un gorila por la manera en que se balanceaba entre la puerta del carro y el vacío. Ahora que lo pienso, también cuando pasaba por el pasillo parecía que se deslizaba por lianas o algo, estaba en su selva. Matoncito y faltoso, pero de una manera graciosa, pasaba cobrando y entregando pasajes. Luego se balanceaba de nuevo hasta la puerta y llamaba de nuevo: Todo Benavides, Arequipa, Arequipa, Tacna, Benavides, Tacna, Benavides… como si lo tuviera escrito en el cerebro con plumón indeleble.

Una cosa que no mencione sobre el Men (mejor conocido como cobrador) es que tenia la Uña. Nunca había logrado entender porque los cobradores se dejaban las uñas largas. No es estético, no se ve malicioso, ni mafioso ni nada con oso. Solo ahora me doy cuenta de mi gran ignorancia respecto a la Uña. En serio, ten cuidado con la Uña. No es una uña cualquiera, sino la Uña, tan mortal y venenosa. Por supuesto que a un personaje como el que observaba no le podía faltar la Uña. Esa uña tan larga y horrible en cualquiera de los dedos que tiene tan variados pero igual de asquerosos usos. O también se puede usar como arma para intimidar, como el cobrador: A cualquier idiota que veía, tan inferior y lento, caminando como imbécil por ahí, extendía la mano y le daba un poco de la Uña. Se tiene que ver para poder apreciar la belleza del acto, los ojos de malo, tan asesinos y crueles, mirando fijamente a la pobre victima de la uña extendida tan filuda y maldita. Uña para los inferiores, nosotros pasábamos la Av. Arequipa volando.

La noche se pone un poco más oscura y las luces amarillas de los postes le dan una atmósfera lúgubre y tenebrosa a las calles que veo pasar desde la ventana del micro. No hay mucha gente, y el Men estaba tranquilo. Hasta cuando se le ocurrió pasar cobrando de nuevo. Da una primera ronda y luego se encuentra con una tía. La tía, fea y desarreglada, pobre e infeliz como cualquiera, sentada incomodísima en un asiento enano leyendo un periódico chicha. Con asco, deja caer una moneda cochina en la mano del Men, sin siquiera mirarlo. Se rasca el bigote, y sigue la lectura. El Men entonces le reclama: Señora, falta. Punto, nada de conciencia pe señora, complete su pasaje, nada de rogar y hacerse el indio triste. Fuerte y determinado, sin importarle un carajo que piense la tía, reclama las monedas que faltan. No puede aplicar la Uña, seria demasiado peligroso, de ahí la mata y te veo en la cárcel. Sin embargo, unos empujones con el brazo también ayudan. No moleste, joven, ya le pague, y el Men, falta pues, mire. Empujoncitos, y la otra que se hace la desentendida, se hace la que lee. El Men mira arriba, vieja de mierda parece gritarle a Dios, y caen las monedas sagradas. La tía las suelta, amarga y horriblemente fea, y dale de nuevo al periódico que nunca estuvo leyendo.

Movimiento rápido y una mano gigante y tosca se extiende con un boleto de pasaje entre los dedos, casi en la cara de la pobre tía que ya pensaba que la acción ya había terminado. Naturalmente, cuestión de tías orgullosas, no recibe el pasaje. La mano sigue extendida y el boleto es la paloma blanca de la paz y el Men que llama: Señora, su boleto. Se nota que no le importa un carajo, y yo cada vez mas entretenido con la escena. Asquerosa la tía, sigue golpeando a la pobre mano con su indiferencia. Pasan segundos eternos y parece que el destino del mundo se reduce a esa mano extendida. Tan criollo y pendejo, deja caer el boleto, sobradísimo, encima de la tía. Esta se pone furiosa y decide golpearlo, con puño cerrado y todo. Yo, alucinando, absorto en la locura del evento, perdido en el tiempo volando de noche por la Av. Arequipa. El Men, un empujón con el hombro, lisuras de la tía que lo rozan, y se quita riéndose.

El Men es una leyenda urbana y uno de mis héroes favoritos, héroe de la esquina marginada de la sociedad que pinta los asientos de los micros y camina entre tierra y muerte. Joc.

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